El toque dorado del cineasta Alejandro González Iñárritu, que le ganó dos premios consecutivos de la Academia como mejor director por Birdman y The Revenant, se despliega en una película larga que da la sensación personal de una autobiografía ligeramente ficcionalizada. Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades es el retrato divagante y onírico de un famoso periodista y documentalista mexicano que está a punto de recibir un importante premio de los gringos en Los Ángeles.
Este evento brinda al prota la oportunidad de reexaminar irónicamente su vida, amores, trabajo, familia, sueños y temperamento mercurial a una duración indulgente (más de tres horas incluyendo los créditos), pero en tomas impresionantes iluminadas como una feria metafísica, por el director de fotografía Darius Khondji. Programada para ser distribuida por Netflix en diciembre, con una corrida teatral limitada en México y Estados Unidos, es una película con una manufactura a momentos deslumbrante, que realmente debe admirarse en la pantalla grande con un sistema de sonido de última generación, en donde los fieles fanáticos del director obtendrán la mayor satisfacción. Se estrenó en la competencia del Festival de Venecia.
Aunque varias escenas surrealistas nos remontan hasta el maestro Buñuel, el concepto de un artista célebre que revisa su pasado sin poder ordenar su futuro se siente inspirado por Fellini y su alter ego Marcello. Así es como uno entiende al personaje principal Silverio Gama (interpretado por Daniel Giménez Cacho, el egoísta matador de Blancanieves y narrador de Y tu mamá también), como un sustituto de barba gris para el cineasta, con el peso del estatus de celebridad pesando sobre sus hombros. Al igual que Iñárritu, Gama vive en Los Ángeles con su esposa Lucía (Griselda Siciliani) y sus dos hijos, pero durante la mayor parte de la narración se encuentra en la Ciudad de México en una visita que le provocará una crisis existencial.
Bardo es la primera película que el director ha filmado en México desde Amores perros en 2000, y su punto de vista sobre el país, junto con las maneras en que ha influido su imaginación, es uno de los aspectos más interesantes de la película. Otro elemento que llama la atención es la cuestión recurrente de las relaciones mexicano-estadounidenses, brillantemente satirizadas cuando Silverio es llamado al castillo por el embajador estadounidense, un capitalista jovial que intenta coaccionarlo para que apoye la política exterior estadounidense, a cambio de una entrevista particular con el Presidente de Estados Unidos en la oficina oval. Han pasado 175 años desde la guerra mexicano-estadounidense en la que, como señala cáusticamente Silverio, México perdió la mitad de su territorio ante el victorioso ejército estadounidense. También sufrió muchas más bajas que los estadounidenses, y una escena surrealista se recrea fuera del castillo representando la masacre de los Niños Héroes con adolescentes disfrazados. Más tarde, hay varias tomas panorámicas bellamente compuestas de migrantes hambrientos y desesperados que se dirigen a la frontera de los Estados Unidos en masse mientras Silverio los entrevista o los mira impotente.
Su horrible sufrimiento contrasta incómodamente con su familia de “migrantes de lujo” que han vivido y trabajado en los Estados Unidos durante veinte años y que tienen visas poderosas para viajar de ida y vuelta. Esta sensación de privilegio es la razón por la que pierde la calma en el aeropuerto con un agente de migración de los Estados Unidos que le advierte: “No eres americano”. En respuesta a la acusación de su hija de que ni siquiera ha viajado nunca en metro, un día aborda el metro de Santa Mónica, iniciando una escena misteriosa que oscila entre el sueño, la realidad y la memoria.
En cuanto a México, sus sentimientos también están decididamente mezclados. En un estridente estudio de televisión lleno de coristas, se permite ser obligado a aparecer en un programa de entrevistas y luego se niega a decir una palabra, mientras que el anfitrión lo insulta y la audiencia del estudio lo abuchea con desprecio. Más tarde, en una desbordada fiesta en su honor para celebrar su próximo premio, le da al presentador de televisión su airada opinión, aunque en ese momento ya parece irrelevante.
Pero la política permanece al margen de esta película multitemática. El bardo del título puede referirse al estado de limbo en el que su primer hijo Mateo, que vivió sólo un día, está confinado en sus corazones. Una visualización divertidamente escandalosa de esta dolorosa situación (que se aclara mucho más tarde) es una escena de hospital en la que el bebé nace y luego es reinsertado en el útero por el médico. Finalmente, el sufrimiento de Silverio y Lucía se resuelve en un momento profundamente conmovedor que une a la familia.
Aunque las escenas tienden a seguir y seguir, hay imágenes impresionantes y disfrutables acompañamientos musicales inesperados (bandas de música, tubas estruendosas, prodigios orquestales). En una secuencia apocalíptica impresionantemente detallada en las calles de la Ciudad de México, el desconcertado Silverio encuentra a los transeúntes cayendo al pavimento y muriendo a su alrededor, hasta donde alcanza la vista, mientras que la hechicería de Khondji divide inquietantemente las calles en luces y sombras. Esta visión de la mortalidad es seguida por otra aún más extraordinaria: contra un cielo melancólico aparece una montaña alta y espantosa de brazos y piernas pertenecientes a indígenas. Cuando Silverio procede a subir a la cima, descubre que es un set de filmación y que los cuerpos que pisó son extras.
“México para mí es un estado de ánimo”, ha dicho Iñárritu, y Bardo es su propia visión idiosincrática de esto. Es una creación bellamente producida en la que el director claramente ha ejercido un gran control y su sello se encuentra en casi todos los créditos (además de coescribir el guion con Nicolás Giacobone y coproducir con Stacy Perskie Kaniss, coeditó la película con Mónica Salazar y compuso la música con Bryce Dressner).
Director: Alejandro González Iñárritu
Guion: Alejandro G. Iñárritu, Nicolás Giacobone
Elenco: Daniel Giménez Cacho, Griselda Siciliani, Ximena Lamadrid, Iker Sánchez Solano, Andrés Almeida, Francisco Rubio
Producción: Alejandro G. Iñárritu, Stacy Perskie Kaniss
Fotografía: Darius Khondji
Edición: Alejandro G. Iñárritu, Mónica Salazar
Diseño de producción: Eugenio Caballero
Diseño de vestuario: Anna Terrazas
Música: Bryce Dessner, Alejandro G. Iñárritu
Sonido: Nicolas Becker, Martin Hernández
Compañías productoras: M Producciones, Redrum
Distribución internacional: Netflix
Muestra: Venice Film Festival (Competencia)
En español e inglés
185 minutos