(traducido por Lucy Virgen)
Los Reyes del Mundo el segundo largometraje de la directora colombiana Laura Mora cae en algún lugar entre el neorrealismo severo y el realismo mágico lírico, es una road movie melodramática rica en comentarios sociales cáusticos, interludios visuales oníricos y esporádica violencia sangrienta.
Arrastrada por la energía anárquica de su joven elenco no profesional, en su mayoría niños de la calle de Medellín que interpretan versiones medio ficcionalizadas de sí mismos, la trama episódica se siente salvajemente indisciplinada a momentos, especialmente el farrangoso final. Pero una visión caritativa podría leer esto como intencional, reforzando la sensación siempre presente de caos apenas controlado y de ansiedad de supervivencia nerviosa que define las vidas jóvenes de los marginales sin ley.
Un trabajo más formalmente arriesgado que el primer largometraje de Mora, Matar a Jesús (2017), que obtuvo un premio en la Berlinale, Los Reyes del mundo acaba de ganar la Concha de Oro, máximo galardón del Festival de cine de San Sebastián, contribuyendo a la ya sólida reputación del escaparate vasco por defender el talento emergente latinoamericano. Esta desordenada pero de gran corazón carta de amor a los que carecen de él, se está proyectando actualmente en Zurich, muy probablemente con más presentaciones en otros festivales.
Los Reyes del Mundo comienza en un ambiente ya familiar en el porno de la pobreza, con pandillas adolescentes con machetes que se enfrentan en los barrios sucios y destartalados de Medellín. Pero Mora entonces invierte el giro estándar de la trama de la película al sacar a sus jóvenes antihéroes de la ciudad y llevarlos al pintoresco interior rural de Colombia. Rá (Carlos Andrés Castañeda), de 19 años, figura paterna informal para una pandilla de niños de la calle, acaba de recibir las escrituras legales de la granja abandonada de su difunta abuela como parte de un plan del gobierno para devolver propiedades a familias desplazadas durante décadas de guerra civil con la guerrilla de las FARC. Los sueños imposibles de Rá de escapar del gueto de repente parecen estar a su alcance.
Junto con Sere (Davison Andrés Flórez), Nano (Brahian Stiven Acevedo), Winny (Cristian Camilo David Mora) y el belicoso Culebro (Cristian David Campaña), Rá se lanza al campo profundo para asegurar su legítimo destino. Compartiendo sus aspiraciones en monólogos poéticos fragmentarios, a veces en voz fuera de cuadro, esta frágil unidad familiar alternativa sueña con crear su propia tierra prometida, un reino mágico “donde nadie nos golpeé o humille o nos menosprecie”. En el camino se encuentran con sabios ermitaños y amables extraños, pero también con matones racistas, pandillas armadas y burócratas gubernamentales implacables. “Esta tierra no es tan pacífica como parece”, advierte un lugareño a los chicos.
Tal vez diseñada para reflejar el efecto del choque cultural desorientador en sus inocentes jóvenes protagonistas, Mora da a su viaje un toque cada vez más fantástico y surrealista. El primer indicio de que ya no estamos en Kansas es una parada en un extraño burdel al borde de la carretera dirigido por matronas mayores que ofrecen a estos niños perdidos una muestra del cálido consuelo maternal que nunca habían disfrutaron en casa, agarrándolos mientras bailan lentamente al ritmo del piano discordante bajo abrumadoras luces de neón.
Aunque los ecos de David Lynch son fuertes, Mora también podría estar rindiendo homenaje a una escena igualmente tierna en Pixote (1980) clásico drama sobre delincuentes juveniles del director brasileño Héctor Babenco.
Los chicos también experimentan alucinaciones brumosas, visiones místicas de un caballo blanco y la hospitalidad de una alegre pareja de ancianos que parecen ser fantasmas en una ruinosa choza llena de telarañas. En su conferencia de prensa en San Sebastián, la directora explicó que deliberadamente desdibujó en la película el sentido de tiempo y espacio, abriendo fronteras porosas entre el pasado y el presente, la realidad y la fantasía.
Los reyes del mundo no sentimentaliza demasiado a Rá y su pandilla; después de todo, son malhechores de poca monta, que recurren al vandalismo casual y a la delincuencia a lo largo de la película. Pero Mora les permite cierto grado de vulnerabilidad infantil, carisma encantador y sabiduría duramente ganada. A medida que se acercan a su esquiva fantasía de libertad, también se dan cuenta de que las sangrientas guerras territoriales que dejaron atrás en Medellín también existen en la selva, solo que a una escala más grande y organizada. Muchos de sus encuentros importantes terminan mal, en amarga traición, amenazas de violencia, algunas se hacen realidad, con resultados fatales. Al final de su viaje, solo tres de los cinco adolescentes iniciales sobreviven, sus sueños de comenzar de nuevo en ruinas.
Mora podría haber terminado Los reyes del mundo aquí, con esta dura lección de realidad pragmática. En cambio, sin sabotear el final de la historia, permite a sus jóvenes peregrinos imperfectos algunas chispas de esperanza, todavía soñando con una vida y un lugar mejores. Es una conclusión turbia, con demasiados hilos sueltos y tangentes disparejas, pero podría decirse que es una recompensa más humana y menos convencional de lo que muchos directores habrían escogido. Inicialmente cargado de ironía, el título triunfalista se siente gradualmente más ambivalente a medida que la película se extiende a través de múltiples escenas finales, todas insinuando finales potencialmente diferentes.
Sin embargo, por muy desordenada que pueda ser la narrativa, Reyes del mundo es una experiencia sensorial consistentemente inmersiva y estimulante. La cinematografía libre y en movimiento de David Gallego es relumbrante pero efectiva, ya sea entretejida con el tráfico de Medellín o retrayéndose para beber en majestuosos valles montañosos. Las secuencias visuales más sobresalientes incluyen una carrera de carretera llena de adrenalina en la que los niños enganchan sus endebles bicicletas a un camión que se mueve rápidamente, y una lucha fatal con cuchillos poéticamente iluminada por las llamas de una fogata.
Una partitura exuberante, temperamental, en gran parte electrónica de Leo Heiblum y Alexis Ruiz se superpone con un diseño de sonido intensificado de la flora y fauna forestales dando una dimensión sonora a la potente mezcla visual de la jungla urbana con la jungla real.
Director: Laura Mora
Guion: Laura Mora, Maria Camila Arias
Elenco: Carlos Andrés Castañeda, Brahian Stiven Acevedo, Davidson Andrés Flores, Cristian David Campaña, Cristian Camilo David Mora
Fotografía: David Gallego
Edición: Sebastian Hernandez, Gustavo Vasco
Música: Leo Heiblum, Alexis Ruiz
Productores: Cristina Gallego, Mirlanda Torres
Compañías productoras: Ciudad Lunar (Colombia), La Selva (Colombia), Iris (Luxemburgo), Tu Vas Voir (Francia), Talipot Studio (México), Mer Films (Noruega)
Ventas mundiales: Film Factory Entertainment, España
Muestra: Festival Internacional de San Sebastian (Selección oficial)
En español
100 minutos