CineVerdict: Víctor Erice

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Victor Erice

VERDICT: Víctor Erice maestro del cine español recibe el Premio Donostia en el SSIFF.

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En España 1973 se estaba experimentando una lenta apertura cultural, con Franco muy enfermo y las fuerzas armadas más preocupadas por el grupo separatista vasco ETA –ese año asesinó al almirante Carrero Blanco– que por películas levantiscas. No se podía discutir la guerra civil y sus efectos, pero se podían sugerir cosas. Y Víctor Erice es un maestro en hacer sutiles, poéticas y efectivas alusiones.

Ese año su primera película El Espíritu de la colmena ganó la Concha de oro, premio a la mejor película en el Festival de San Sebastián. Cincuenta años después, con tres películas más y 83 años de edad Erice regresa al festival hoy, como un maestro del cine español al que le será entregado el Premio Donostia por su contribución al arte cinematográfico; premio que se agregará a otros muchos ganados por cada película.

El espíritu de la colmena se desarrolla en un caserío en Castilla, en 1940, año del nacimiento de Erice y un año después de que Franco subió al poder. Es la historia de una familia que hace esfuerzos por vivir como si nada hubiera pasado; el padre escribe textos metafísicos sobre sus abejas; la madre escribe cartas que son poco más que botellas arrojadas al mar. Las dos hijas Isabel y Ana, de 8 y 6 años aprenden aritmética en rimas mezcladas con oraciones a las ánimas del purgatorio. El cine se convierte aquí en el elemento disruptivo y será una constante en el cine de Erice. Frankenstein, y un prófugo republicano, se mezclan en la fértil imaginación de Ana que quiere contactar a un espíritu mientras trata de entender la magia del cine. La fotografía luminosa y añorante que recuerda a los pintores españoles clásicos, del magnífico Luis Cuadrado, inspiró a generaciones de cinefotógrafos.

El espíritu de la colmena fue recibido con entusiasmo y premios en festivales. Después siguió la espera por la siguiente película del director, que tardó 10 años en llegar: El Sur. Es otra historia de la postguerra en la que Estrella, que pasa de los 11 a los 16 años en la película, descubre –otra vez con la ayuda del cine– la carga de los recuerdos y el pasado.

Ni en El espíritu de la colmena ni en El sur, se discute religión, ni política, ni de dinero, en realidad se habla muy poco. Se escribe algo más, se escucha y se imagina mucho. En especial por las niñas protagonistas en ambas cintas. En El sur se puede mostrar –había muerto Franco– la negativa del padre por asistir a la iglesia, se dice que la madre es una “maestra represaliada” y Estrella sueña con un mítico Sur dónde hace calor, hay palmeras y todos están alegres. El sur fue planeada como una película en dos partes, de la que solo se pudo filmar la primera, irónicamente, la que ocurre en el norte.

Nueve años después de EL Sur, se estrenó El sol del membrillo; un cuasi documental –no ofendería al cineasta llamándole “falso”– en el que el pintor español Antonio López trata de retratar la esencia del sol y la presencia de un membrillero.  

El sol del membrillo, estrenada en 1992, es la vida cotidiana en el estudio de Antonio López, mientras él trata de pintar un membrillero.  El artista es acompañado, cuidado e interrumpido por trabajadores migrantes, su familia, y otros personajes.  López, un hombre generoso y afable habla de arte mientras describe el árbol, las frutas y el sol sobre ellas. La mirada de Erice sigue al sol y a los habitantes de la casa, solo se aleja en una toma abierta ante un grupo vestido con elegancia, marchantes de arte probablemente. Al final es el cine el que puede dar el epílogo de las pinturas sin terminar, con una cámara en escena y luces que dan al membrillo lo que el sol no pudo.

Los siguientes 30 años Erice se “entretuvo” con cortos y fragmentos de películas en conjunto. Cuando la esperanza de otra película estaba casi perdida para sus admiradores, Erice dirigió Cerrar los ojos, que se estrenó en el Festival de Cannes este año. En ella un director español busca a un actor, que desapareció 30 años atrás pero nunca se encontró su cuerpo.

Víctor Erice tiene la habilidad de hacer películas engañosamente simples, con varios contextos, imágenes y sonidos que van metiéndose en las circunvoluciones cerebrales del espectador, a veces jugando, unas esquivas y otras se quedan a vivir allí.  La luz dorada, los personajes que se sienten cercanos, planos abiertos barridos por el viento, los ojos de Ana Torrent –una niña en El espíritu de la colmena, una mujer adulta en Cerrar los ojos– se quedan en la memoria. Según el espectador pueden ser más pasajeras las imágenes de casas que parecen abandonadas, calzadas de cipreses, los cadáveres, la música melancólica, el sentimiento de tristeza al terminar la película seguido por la alegría de haber podido verla. En el centro de cada película, rodeada de una gran belleza formal hay un búsqueda por la identidad, tanto individual como colectiva. Después una reflexión sobre los recuerdos, su peso y su importancia en la sobrevivencia. Temas con lo que todos los espectadores se relacionan.

La crítica Deborah Young dijo sobre Cerrar los ojos “es una apasionada y atractiva reflexión sobre el arte, la memoria, la identidad”. Víctor Erice cerró el círculo, porque –a pesar de los 50 años transcurridos- esto no parece muy distante del final de El espíritu de la colmena en la que, para atraer a un espíritu, la niña repite “soy Ana, soy Ana, soy Ana”.