CineVerdict: El conde

El conde

Jaime Vadell en El conde de Pablo Larraín Augusto Pinochet
Netflix

VERDICT: 'El conde', la oscura sátira de horror cómico revela que convertir a un monstruo de la vida real en el protagonista de su propia película de monstruos es una efectiva manera de lidiar con la tragedia histórica.

Traducción Lucy Virgen

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Los artistas siempre han luchado por vislumbrar el corazón de las tinieblas, por transmitir la naturaleza malvada de la humanidad en su peor momento. Con El Conde, el director y coguionista Pablo Larraín toma un monstruo (específicamente, el dictador chileno Augusto Pinochet) y crea una película de monstruos. Las capas de sátira y de comedia familiar disfuncional que envuelven a este demonio sirven para acentuar, en lugar de disminuir, sus numerosos crímenes contra la humanidad. Es un cambio un tanto radical para Larraín, nacido en Chile, cuyas películas recientes Jackie y Spencer fueron retratos compasivos de mujeres lanzadas a los reflectores por sus matrimonios con hombres poderosos. Aquí no hay compasión por Pinochet y el desfalco genocida que marcó su reinado de terror de 17 años; Larraín se niega a desviar la mirada de los pecados de Pinochet o de la corrupción y podredumbre que infecta a la familia del dictador, a sus sirvientes e incluso a la Iglesia católica cómplice hasta la médula.

Sabemos por la narradora en inglés (Stella Gonet) que la existencia empapada de sangre de Pinochet se remonta a siglos atrás, hasta la época en que era un joven soldado francés llamado Pinnoche (Clemente Rodriguez). Los acontecimientos de 1789 lo llevaron a fingir su propia muerte y pasar los siguientes siglos luchando en nombre de los opresores y contra los revolucionarios de todo el mundo. (Su amor por los dictadores es tan profundo que lame con amor la sangre de María Antonieta de la hoja de la guillotina antes de robarse la cabeza de su cripta). A finales del siglo XX, Pinnoche se ha consolidado como el despiadado Pinochet (Jaime Vadell, el Neruda de Larraín), explotando a Chile con el apoyo de su igualmente amoral esposa Lucía (Gloria Münchmeyer) y su sirviente Fyodor (Alfredo Castro, No), un ruso blanco a quien Pinochet esclavizó durante la Revolución Rusa. Pero ahora, Pinochet quiere morir, y sus codiciosos hijos [Catalina Guerra, Marcial Tagle, Amparo Noguera, Diego Muñoz, y Antonia Zegers) se reúnen en la decadente mansión rural de la familia para rastrear todo el dinero que robó a lo largo de décadas y que esperan recibir como herencia.

Una de sus hijas contrata a una contadora para que entre y revise los libros, pero, sin que ellas lo sepan, Carmencita (Paula Luchsinger), la contable, es en realidad una monja encubierta y cazadora de vampiros cuya verdadera agenda sigue siendo un misterio para la familia, y aveces incluso para ella misma.Carmencita parece estar en sintonía con las debilidades y vicios de cada miembro de la casa, pero su pureza y devoción a Dios choca con la absoluta falta de alma de Pinochet.“Ella cree que me va a sacar el diablo”, observa en un momento dado, “pero no hay nada allí”.

El legendario director de fotografía Ed Lachman, al rodar en blanco y negro, encuentra un tono visual que subraya tanto el horror como la comedia; sus imágenes de alto contraste son tan sobrias como seco e inexpresivo el ingenio del guion. Y ese guion nunca olvida que se trata de una película de monstruos: hacer que Pinochet se limite a chupar sangre en el sentido vampírico tradicional sería subestimar su barbarie, por lo que Larraín hace que el dictador muerto-vivo prefiera el consumo de corazones humanos, ya sea comidos enteros o como malteadas viscerales. Los vuelos de Pinochet sobre Santiago (con uniforme militar de gala  completo, capa ondeando detrás de él) son tan elegantes como chorreantes sus homicidios.

El elenco aquí también entiende el equilibrio del tono, con un pie en The Little Foxes y el otro en el gótico de Edgar Allan Poe.Vadell captura la esencia de un bruto marchito que todavía es capaz de cometer al menos un acto más de miserable exceso, mientras que Münchmeyer encarna la perversa ambición y el esnobismo de una mujer que ha vivido su existencia apoyando cualquier despreciable crimen cometido por su marido, siempre y cuando nutriera supropia agenda social.(Lucía, nos recuerda la narradora alguna vez fue campesina, y ahora es el tipo de mujer proclive a usar abrigos de visón en interiores). La divertida narración de la Stella Gonet lleva la película a un giro inesperado pero delicioso que subraya los puntos más importantes de El Conde sobre cómoel poder corrompe (o, tal vez, que son los corruptos los que siempre se vuelven poderosos).

Sin embargo, si hay alguien que se destaca aquí, es Luchsinger como una novia de Cristo entrometida que trastorna los bien trazados planes del clan.

Es raro que una sola actuación recuerde tanto La Pasión de Juana de Arco (Luchsinger tiene -disculpas a Kim Carnes- Maria Falconetti Eyes) como la serie de televisión La novicia voladora, pero Luchsinger une esas dos corrientes divergentes con facilidad. Carmencita mantiene a los otros personajes desequilibrados y Luchsinger logra una hazaña similar con los espectadores.

No es fácil extraer humor de la tragedia histórica, pero El Conde encuentra una zona que permite risas apenadas sobre la crueldad de la humanidad sin ser simplista sobre el oscuro pasado de Chile. Larraín hace todo lo posible para clavar una estaca en el corazón del capítulo más oscuro de su tierra natal, aun cuando reconoce que este grado de malignidad nunca podrá extinguirse del todo.

Director: Pablo Larraín
Guion: Pablo Larraín y Guillermo Calderón
Elenco: Jaime Vadell, Gloria Münchmeyer, Alfredo Castro, Paula Luchsinger, Catalina Guerra, Marcial Tagle, Amparo Noguera, Diego Muñoz, Antonia Zegers, y Stella Gonet
Productores: Juan de Dios Larraín, Pablo Larraín, y Rocío Jadue
Fotografía: Ed Lachman
Diseño de producción: Alejandro Wise
Diseño de vestuario: Muriel Parra
Edición: Sofía Subercaseaux
Música: Juan Pablo Ávalo y Marisol García
Sonido:  Juan Carlos Maldonado
Compañías productoras:  Fàbula, Netflix
Muestra en: Venice Film Festival
En español
110 minutos