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En su primer largometraje, Los océanos son los verdaderos continentes, (Oceans are the Real Continents), Tommaso Santambrogio amplía un corto del mismo título estrenado en el Festival de Venecia de 2019 y que ahora inaugura la sección Giornate degli Autori del actual festival.
La trama se desarrolla en tomas largas y pausadas que parecen fotografías fijas, rodadas en blanco y negro, de gran belleza, durante dos hipnotizantes horas, aunque el montaje podría haber sido más ágil. La película reflexiona sobre la perdurable belleza y el profundo dolor que afecta a los supervivientes de una catástrofe social y económica que los ha dejado paralizados por el dolor o aferrados a sueños de huida y éxito lejos de las costas de Cuba. La separación afecta a todas las familias cubanas, y la película narra las heridas infligidas por la difícil decisión de separarse de los seres queridos.
Santambrogio nació en Milán y estudió cine allí y en Cuba. Sus cortometrajes se han proyectado en festivales y han recibido premios, entre ellos Taxibol (2022) y L’Ultimo Spegne la Luce (2021). Ha visitado Cuba desde su primera infancia. Su ojo y su oído para los detalles revelan una familiaridad con los tesoros y trabajos de la vida cotidiana: vendedores ambulantes ofrecen maní, plátanos fritos o guarapo –el jugo de caña de azúcar-; el repiqueteo de los aguaceros tropicales se mezcla con los nostálgicos boleros que suenan en la radio; el ruido de una escoba que raspa contra el suelo de una casa destartalada; o el de una campana agitada por el jefe de estación que anuncia la llegada de un tren oxidado.
La película se desarrolla sin prisa con tres líneas argumentales y nos presenta los personajes principales: Milagros es una viuda que aún llora la muerte de su marido en la lejana Angola; una joven pareja, Edith y Alex, están decidiendo si seguir su carrera artística en su país o en el extranjero; Frank y Alain, dos pequeños, sueñan con convertirse en jugadores estrella de los Yankees de Nueva York. Todos los actores utilizan sus nombres reales en la película y contribuyeron a lo que Santambrogio llama “una obra coral y colectiva”. Los diálogos son escuetos y la información se transmite a veces fuera de la pantalla: una radio informa de un aniversario de la guerra de Angola, en la que murieron más de diez mil cubanos; unos padres discuten sus planes de emigrar pensando que su hijo pequeño no puede oírles.
San Antonio de los Baños, un pequeño pueblo cercano a la famosa escuela internacional de cine de Cuba -a la que Santambrogio asistió- sirve de escenario perfecto para esas historias. Inspirándose quizá en el neorrealismo italiano, Santambrogio recurre a actores no profesionales a los que conoció durante varios años antes de empezar a rodar y a los que animó a improvisar. La interpretación que consigue es espontánea, pero a veces puede parecer escenificada y algo forzada. En la impresionante escena inicial, un hombre negro y delgado es crucificado en una balsa que se aleja lentamente de una mujer desconsolada que lo mira desde la orilla de un rio. Se trata de Alex, un profesor de arte, y su compañera es Edith, una titiritera. Sus actuaciones muestran otras representaciones simbólicas de la vida en Cuba; los estudiantes de arte de Alex tienen los ojos vendados; pero él les insta a reconocer su entorno mediante el tacto y el sonido; las marionetas de Edith cuelgan de cuerdas que amenazan con asfixiarlas, pero aun así consiguen abrazarse. El tiempo parece detenido en las tranquilas calles del pueblo, pero nos sacude al presente cuando las luces estroboscópicas y la música rock celebran la noche del estreno de Edith, o cuando la embajada italiana pide la verificación electrónica de las huellas dactilares antes de expedir un visado.
La película va revelando estratos de significado y contiene algunos homenajes a artistas negros cubanos, como el cineasta Landrián (cuyas películas imaginan verse en un cine abandonado), y el compositor Bola de Nieve. El cine cubano floreció en los años que siguieron a la Revolución de 1959, pero aunque muchas películas aclamadas han tratado los temas de la separación, como las de Humberto Solás en Miel para Oshún (2001), o Tomás Gutiérrez Alea, desde Memorias del subdesarrollo (1968) hasta Fresa y chocolate (1993), pocas han abordado el tabú de las costosas aventuras e intervenciones de Fidel Castro en África. Los propios cineastas cubanos han sufrido oleadas de expulsiones y exilios, como ocurrió con Landrián; más recientemente, Carlos Lechuga y Pavel Giroud emigraron a España. El Instituto Cubano de Cinematografía (ICAIC) se enfrenta actualmente a una rebelión de cineastas indignados por la censura y la emisión ilegal del documental de Juan Pin Vilar sobre el músico argentino Fito Páez, muy querido en Cuba pero crítico con el régimen.
El cine cerebral de Santambrogio es más logrado cuando permite que afloren las emociones en escenas que transmiten el dolor de los que quedaron atrás: Milagros cuelga a secar las cartas de su marido después de que su casa se inunda; Alex invoca a sus dioses africanos en una oración al árbol sagrado, la Ceiba; Frank juega con un canario enjaulado desde su balcón, que a su vez está rodeado de barrotes de hierro. Los océanos son los verdaderos continentes (Oceans Are the Real Continents) es una oda a un país herido y maravilloso que aún sangra y pierde a sus jóvenes a causa de la emigración.
Director, Guión, Tommaso Santambrogio
Reparto: Milagros Llanes Martinez, Alexander Diego, Edith Ybarra Clara, Frank Ernesto Lam, Alain Alfonso Gonzalez
Fotografía: Lorenzo Casadio Vannucci
Montaje: Matteo Faccenda
Diseño de sonido: Tommaso Barbaro
Sonido en directo: Victor Jaramillo
Productores ejecutivos: Ricardo Figueredo Oliva
Marcello Mustilli, Alessandra Limentani
Productor delegado: Ivan Casagrande Conti
Productores: Marica Stocchi, Gianluca Arcopinto
Productoras: Rosamont Production, RAI Cinema, Cacha Films
Ventas mundiales: Fandango
Estreno: Festival de Venecia 2023
En español
119 minutos