El cine actual siempre busca nuevas y descarnadas maneras de mostrar la violencia. Everardo González ha elegido dirigir Una jauría llamada Ernesto, sin mostrar una gota de sangre, ni un cuerpo, ni un grito y sin embargo es un documental brutal y estremecedor. Los protagonistas son jóvenes sicarios en México -algunos de estos asesinos a sueldo empezaron en este “trabajo” a los 11 años- y vendedores al menudeo de armas de fuego. Sus voces en las narraciones fuera de cuadro suenan más terribles porque no son altisonantes ni dramáticas; la naturalidad para hablar del negocio de la muerte es lo que las vuelve más escalofriantes: “Sales de tu casa y sabes que vas a matar a alguien, ya está, eso es todo” ¿Hay algo más estremecedor que considerar el asesinato como otro día en la oficina?
Everardo González es uno de los tres mejores documentalistas mexicanos vivos. En los últimos años ha oscilado entre historias de violencia, como la notable La libertad del diablo (2017) y cintas casi meditativas sobre la falta de agua, o creencias espirituales como Cuates de Australia (2011) , Yermo (2021) y Lopon (2021). Tal vez sea diversidad de intereses, una manera de mantener la lucidez o una forma de sobrevivir, para la audiencia es una ganancia su constancia en la producción y la variedad de temas.
La mayoría del tiempo de pantalla en Una jauría llamada Ernesto, vemos la parte de atrás de una persona, de la cabeza a media espalda. Esta perspectiva, con la cámara de la muy talentosa María Secco, no solo ayuda a mantener el anonimato de los participantes, sino que sustenta una visión similar a la de un video juego tipo “tirador como tercera persona”. El resto de la pantalla está fuera de foco, lo que a momentos causa mareo. Hay pocas tomas sin el protagonista en el centro, para dar la idea del entorno; ciudades sin nombre porque no solo puede ser cualquiera, sino que son todas las poblaciones en México. Después de cada fragmento hay una disolvencia a negro que dura de 10 a 30 segundos, para que la realidad penetre en nuestro cerebro o para que tener un breve descanso. Hasta que el siguiente fragmento vuelve a golpear.
El documental no solo arrasa -con pocas frases lapidarias de los que son parte de ella- con la historia oficial de los informes policiacos “cuando lo encuentran a uno es porque alguien fue con el chisme, no porque investigaron”; también golpea a las corporaciones corruptas “mi principal proveedor de armas es el ejército mexicano”, “me ha vendido armas hasta el Estado Mayor presidencial”, “los policías del barrio me han vendido varias 9 mms.” Y hasta al gobierno de los Estados Unidos “todas las armas vienen de Estados Unidos, las nuevas nos las vende el gobierno, las usadas se las compramos a pandillas”.
Pero no es solo eso, también destruye ciertos mitos urbanos en los que los mexicanos encontramos cierto confort: no son jóvenes analfabetas, de familias destruidas, que matan por hambre y necesidad; no son engañados y no esperan escalar la pirámide de poder de un cártel. Todos estos jóvenes sicarios fueron a la escuela, por lo menos hasta la secundaria; ninguno menciona haber pasado hambre y saben exactamente en dónde están parados “no importa cuánta gente mates, nunca vas a ser uno de los jefes, nunca”.
Estos adolescentes están centrados en el presente, sus expectativas de vida son cortas, “el futuro es toparse con pared”, dice uno de ellos. Otra versión de La neta no hay futuro (Andrea Gentile, 1988) o el “no futuro”, de Rodrigo D (Víctor Gaviria 1991).
El director podría haber dejado a los traficantes de armas para otro documental y centrarse solo en los niños sicarios. El mosaico mostrado por el documental es tan variado que se vuelve a momentos confuso. Tal vez fue la premura, la necesidad urgente de hacer algo, lo que lo llevó a esta mélange.
A partir de los años noventa, cuando las armas de fuego se volvieron tan ligeras que un niño entre 10 y 12 años pudo usarlas y ser tan letal como cualquier adulto, la ONU hizo un llamado para legislar y condenar a los que reclutaban menores. Una jauría llamada Ernesto le pone exigencia y cercanía al llamado, mostrando que es un problema cotidiano en nuestras ciudades.
Director: Everardo González
Guion e investigación: Óscar Balderas, Daniela Rea y Everardo González
Productores: Roberto Garza e Inna Payán
Coproductor: Jean-Christophe Simon
Fotografía: María Secco
Edición: Paloma López Carrillo
Sonido directo: Bernat Fortiana
Diseño sonoro: Matías Barberis
Música original: Andrés Sánchéz Maher, Haxah, Konk Reyes
Compañías productoras: Animal De Luz Films (México) y Artegios (México) en coproducción con Films Boutique (Francia) en asociación con Bord Cadre Films (Suiza) y Sovereign Films (Gran Bretaña) con el apoyo de World Cinema Fund (Alemania)
Ventas internacionales: Films Boutique
En español
Reseñada en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara
72 minutos